La inmortalidad, el anhelo más grande de la humanidad, se hizo real un 25 de diciembre del año 2387. Fue una coincidencia que se consiguieran los primeros resultados exitosos en esas fechas y, para muchos, el estudio de Ajaw, la megacorporación mexicana encargada del proyecto, representó un regalo para toda la raza humana. No fue fácil obtenerlo, sin embargo. Costó sangre, sudor, lágrimas, muchísimo dinero y sobre todo, la esencia del ser humano. Los “modelos metamórficos” (nombre florido que describía las carcasas mecánicas que contendrían las consciencias humanas) transformaban, mediante cirugía, venas y arterias en cables, la carne tierna en frías placas de titanio y al cerebro, máquina portentosa desarrollada por eones de evolución, en un artefacto diseñado para calcular cada movimiento y curso de acción con fría eficiencia.
El “nuevo humano” era un ser incapaz de experimentar sentimientos y recuerdos. Y es que los humanos no fueron diseñados para ser inmortales. El cerebro biológico no es capaz de concebir la existencia de la vida más allá de cierto límite y el hecho de traspasarlo conlleva una carga psíquica y emocional insoportable. Los estudios realizados por Ajaw hablaban de episodios esquizoides y pensamientos intrusivos que podían acabar con el éxito del proyecto. Vivir para siempre, pero privados de cordura, no tenía sentido, por lo que científicos decidieron cortar de raíz la emocionalidad y la posibilidad de un futuro desdichado. “La apatía es el trend del futuro”, rezaban los anuncios. Influencers y celebridades hablaban de los beneficios del proyecto, mientras que líderes religiosos, filósofos y artistas se volcaban a las calles a protestar en contra del asesinato de la humanidad. Los “humanistas”, como se designaron, recorrían las calles, llamando a la cordura, a la aceptación de la propia finitud, a apreciar la belleza de la muerte. Pedían a voz en grito no renunciar a su alma, ni a su individualidad.
Ajaw fingió empatizar con las demandas de la población, lanzando nuevos modelos metamórficos, inspirados en las tradiciones de cada país. Pronto hubo una profusión de catrinas, animales, aves y dioses aztecas recorriendo las calles. Susana sonrió cuando la colección Talavera salió a la venta. Recordaba con nostalgia el día de su boda y la hermosa cerámica talavera que le regalaron sus padres para su nuevo hogar. Ese precioso azul cobalto traía a su memoria los recuerdos de una muchacha llena de ilusiones y esa era la imagen que quería, aunque no recordara el porqué del color. Así que firmó su contrato, pese a la férrea negativa de sus hijos, Ignacio y Nicolás. Los muchachos no comprendían su necesidad de evadir la realidad, pero ellos no habían amado como ella amó y no sentían el vacío que Álvaro dejó con su partida. Susana no creía en dios ni en el reencuentro con su marido y el dolor ya no la dejaba vivir. Quería olvidar. Quería vaciar su mente y su alma y partir desde cero, limpia y libre de sufrimiento.
El proceso fue largo y difícil, pero seis meses después de ser seleccionada por el proyecto, Susana reapareció transformada en una visión mecánica pintada de azul cobalto. Sus hijos le salieron al encuentro, pero su cerebro positrónico no los reconoció y pasó por su lado sin darles una segunda mirada. Dejó de pensar, de sentir, de existir. Sin querer se había convertido en una esclava de la corporación Ajaw, una pieza más de su infraestructura. Y es que el regalo prometido no había sido más que una farsa. La inmortalidad y el bienestar de los ciudadanos del mundo nunca fueron los objetivos de los ingenieros de Ajaw: lo que querían era mano de obra barata, que no necesitara días festivos ni prestaciones, que no exigiera tiempo libre ni pensara en sus familias. Y la consiguieron. Cuando la opinión pública se enteró de las reales intenciones de Ajaw, se desató una guerra civil en que mermó a la población a tal punto que los humanos biológicos estaban al borde de la extinción. México recibió la peor parte de las revueltas: al ser la casa matriz de la diabólica corporación concentró el odio de las naciones y la población inocente pagó con sangre. Los bombardeos se extendieron por meses y los escasos sobrevivientes se vieron obligados a vivir escondidos en los bosques y las montañas, resistiendo a duras penas mientras las ciudades y los recursos eran monopolizados por el (aparentemente) invencible Ajaw.
Pero nada dura para siempre. Sin mantenimiento, los cerebros positrónicos comenzaron a fallar y los esclavos recuperaron sus recuerdos, sublevándose en contra de sus amos. Ajaw cayó como una montaña de naipes y los esclavos huyeron, buscando recuperar sus vidas. Susana fue una de las últimas en despertar. Lo primero que recordó fue a sus hijos y dejó Ciudad de México para regresar a Puebla en su búsqueda. La antigua ciudad era una ruina lamentable: todo lo que conocía había desaparecido. El zócalo y la catedral eran apenas un montón de escombros, mientras que su colonia se había transformado en un cementerio, tapizado con las tumbas de los rebeldes que cayeron buscando liberar a sus seres queridos del yugo de la esclavitud. Susana caminó entre las tumbas, rogando no encontrar el nombre de sus hijos entre las víctimas. Pero ahí estaban. Las cruces improvisadas estaban decoradas con trozos de cerámica de talavera. Alguien, no sabía quién, decidió rebuscar entre los escombros de su hogar destruido y utilizó los trozos de la vajilla de su boda para decorar las tumbas de sus hijos. El precioso azul cobalto dibujaba torpemente sus nombres y la mujer sintió su corazón destrozarse. Cayó de rodillas frente a sus tumbas, incapaz de llorar, ahogada por el dolor: había dejado atrás su humanidad para olvidar el dolor y ahora pasaría el resto de la existencia ahogada por él, sin siquiera el consuelo de la muerte.
Génesis García (Chile, 1990) es historiadora y escritora. Ha publicado en revistas como Trinando, Interlatencias, Anacronías, El Nahual Errante, Laberinto de Estrellas, Primera Página, y Especulativas, entre otras. Ha recibido reconocimientos en España, Chile, Uruguay, Argentina, Colombia y Brasil por sus antologías de cuentos y relatos breves.