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Ciudad de Dios

Olivia Guarneros

¡Dios, Patria, Yunque! La frase apareció en sus oídos con la implicación autoritaria. Perdida en su memoria, regresaba la proclama que escuchó tantas veces en las habitaciones de la planta alta de aquel lugar. Observó la efigie de la Virgen del Carmen con las manos ocupadas en sostener al Santo Niño. Recordó que hace muchos años se colocaba los anteojos para dejar de mirar el rostro divino como una serie deforme de luces rutilantes. Ahora, los dispositivos incrustados en las retinas le permitían admirar el trabajo detallado del escultor, la habilidad de las manos bordadoras en el ropón. Calculó la profundidad de las bóvedas, la altura de los muros, detectó las cámaras y los dispositivos de seguridad. Esquivó los detectores de armas, los buscadores de explosivos.

¡Dios, Patria, Yunque! Recordó las reuniones secretas, las frases en clave, los rezos en latín, el puño en la mesa después de cada consigna. El crucifijo, la efigie de la virgen, la adoración nocturna como coartada. Ahí en la iglesia del Carmen, esperaba en las bancas del atrio a las otras, todas con sus quince años a cuestas y el uniforme doblado a la perfección en la mochila.

¡Dios, Patria, Yunque! No quiso pensar en lo que inició un pacto de sangre: el asesinato de la candidata puntera, el regreso de la guerra contra los cárteles. La decadencia y el miedo. La ciudad perdida otra vez en el narcoestado y la delincuencia. La resistencia a pesar de todo, porque si algo sabemos los seres ¿humanos? es resistir. Piensa que la cyborización no ha sido en vano, ni recuperar las amistades que dejó atrás. Sabe que miles de cámaras conectadas al C5 pululan en la ciudad. Sirven para azuzar a la rebelión. El hampa controla las calles pues le conviene al régimen. En el antiguo atrio del Carmen todavía se refugian los menesterosos en busca de un poco de paz.

¡Dios, Patria, Yunque! La historia de la estancia en el convento le vino de perlas. Quién sospecharía de una monja que deja la orden para cuidar a su madre en su lecho de muerte, aquella mujer que no escatimó sacrificios para mantener a su hija en el colegio religioso. Así pudo codearse con las compañeras de alcurnia, las formadoras de semilleros Yunque ―que desde la ciudad de los ángeles― conformarían las huestes  de Vox en la “madre patria” para instaurar el Reino de Cristo en el mundo.

¡Dios, Patria, Yunque! Toma su lugar en las últimas filas. Las de adelante se reservan a la élite, a las niñas bien que han parido los hijos predilectos de Dios, que se han sometido a sus esposos y engendran soldados de Cristo en el goce del Santo Espíritu, no de la carne. Cada instrucción resuena en el auricular biónico incrustado en su oído. Nadie sabe del “accidente”. Nadie conoce la historia del hombre que casi la mata. Del esposo que suplió al convento, que la mantuvo encerrada a piedra y lodo como en un claustro.

¡Dios, Patria, Yunque! Conoce los rezos de memoria, las alabanzas nadie las entona mejor. Describe con perfección los mandatos del catecismo y puede recitar casi de memoria la Doctrina Social de la Iglesia. Con el disparo, una bala 9 mm se le incrustó en el lóbulo frontal derecho. La reconstrucción implantó un software de última generación; almacena los datos necesarios para ponerla de nuevo ahí, en el grupo de elegidos, aunque sólo sea un peón más, un granito de arena que puede hacer la diferencia. 

¡Dios, Patria, Yunque! Sube a la planta alta gracias al elevador blindado. Ha cambiado la mochila por una maleta de marca y la fe que la atormentaba en la misa de ocho en Catedral, no mora más en su ánima. Se viste el uniforme que usó tantas veces. Cuando llegue al recinto donde espera el ungido, colgará en su cuello el monograma de la cruz y la Y griega. Puede imaginar desde el vestidor la bandera rojinegra con el círculo blanco al centro. El símbolo del Yunque encima de la cruz, da cuenta de su firmeza al ser golpeado. 

¡Dios, Patria, Yunque! Afuera, la ciudad espera con sus calles en ruinas. Afuera, la policía, como el gran ojo de dios, vigila las aceras y esquinas, los callejones, los rincones de los edificios. No detecta ningún movimiento de la rebelión. Aquí, el tiempo se detiene entre los rezos. Afuera, la resistencia agazapada en sótanos y bodegas, pone en juego lo que ha conseguido en los robos tecnológicos: un sistema indetectable, la necesaria invisibilidad de sus miembros. Hace tanto que se formularon los planes. Aquí, desfila cada instrucción ante sus ojos: al no ser un sitio para el uso de drones, la colocación precisa de los explosivos es indispensable. Su sistema de prospección le permite visualizar lo que no podrá mirar. Los rebeldes confían y esperan en ella.

¡Dios, Patria, Yunque! Los tres golpes de puño se estrellan contra la mesa. Con una voz entonada repite una a una el “Ave María, gratia plena, dominus tecus”, canta el himno de un Cristo Rey: “tú reinarás, este es el grito”. Ungen al elegido. La resistencia conoce de su intolerancia y crueldad en carne propia. Los asistentes responden extasiados las jaculatorias; la mano firme de Agnes, al rozar las cuentas del rosario, activa uno a uno los nano explosivos escondidos en todo el recinto. Escucha la letanía final, reniega de aquella fe. Rememora el resplandor del sol colándose a través de los vitrales de las capillas antiguas. Hoy, sólo la luz cenicienta de esta ciudad gris se asoma por las ventanas. Aún así el corazón le rebosa. Abraza su destino.

 

Olivia Guarneros, (Puebla, México) ganó el concurso “Mujeres en vida” con “La cita” (2017), el “Primer Concurso de Cuento Iberoamericano Fundación Elena Poniatowska-Ventosa Arrufat” con “Mictlanpapalotl” (2020); ganó el “Quinto Concurso de Cuento Corto” Escritoras MX (2022), con “Canícula”. Fue Mención Honorífica en el “Séptimo Premio de Periodismo Gonzo” (2021) con “Movimiento Pendular” y el “Concurso de Cuento de Ciencia Ficción” del “Tercer Festival Semillas” UACM (2022) con “Destino”. Sus textos han aparecido en diversas antologías, así como en revistas impresas y digitales. Obtuvo el PECDA en Cuento (2020) y ha cursado dos Diplomados de Creación Literaria del INBAL.