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Cómo descubrimos el maravilinio

Mario Galeana

Excelente pregunta. La historia sobre cómo descubrimos el maravilinio, también conocido como el elixir de la vida, es fascinante. Aquí tienes un breve resumen:

1. El grupo de las siete: esa tarde, el interior de la catedral brillaba con el sutil decoro que conserva un relicario legado entre generaciones. No había una sola mota de ceniza, ninguna sombra del fuego que la había asolado décadas antes.

Todo había sido preparado por el arzobispo para la visita de esas siete mujeres. Al entrar las hizo tomar agua de una pila con los dedos y trazaron una cruz en sus frentes. Después sacó un medallón debajo de la túnica y de un clic hizo desvanecer la caja de cristal, dejando expuesta la imagen del Señor de las Maravillas al mismo aire que respiraban. Se acercaron con cautela y siete pares de manos se posaron sobre ella.

Pronunciaban su tercer padre nuestro cuando un sutil olor a almendras interrumpió sus rezos. Pronto el olor se convirtió en una sustancia cálida que recorría el cuerpo de las siete, destilada directamente de sus poros. Se sintieron más dichosas que nunca, aun cuando la dicha las había acompañado toda la vida. En la oscuridad de sus párpados brotaron ribetes de luz, ecos que palpitaban en sus pechos y, confundidas, abrieron los ojos para descubrir que el brillo provenía de la misma imagen. Lloraron como cirios derramando sus lágrimas de cera hasta que, lentamente, la imagen fue volviendo a la normalidad y el fuego en sus pechos desapareció por completo.

2. La falla en el corazón: El arzobispo solicitó que la imagen fuera analizada por mí, como prueba incorregible de que los milagros de Dios están por encima de cualquier novedad tecnológica. Me negué respetuosamente: mi nombre es Ángel no porque profese una religión, sino porque custodio la ciudad. Sin embargo, el alcalde decidió que estudiar el milagro era un hecho que atañía a todos, aunque especialmente a él, pues su esposa era de una de las siete y desde la tarde en que tocó la imagen no había vuelto a usar las manos. Por su voto y el del resto del cabildo, la imagen fue trasladada hasta mi catedral para su análisis. He dicho que ninguna religión me es consustancial y ahora he dicho también mi catedral. Lamento si existe una confusión. No he sido yo quien ha apodado así al centro tecnológico en el que me encuentro. Fui construida en lo alto del cerro de Los Fuertes, sobre los vestigios de antiguas fortalezas y ermitas. Para ensamblar mi descomunal cuerpo cilíndrico, fue necesario el trabajo de diez mil hombres a lo largo de medio siglo. No se erigía nada similar desde la vieja catedral de piedra gris del casco antiguo en la ciudad.

De allí salió la imagen en una procesión liderada por el arzobispo, el alcalde y el grupo de las siete, que mantenían sus manos en una caja individual de plasma

transparente. Yo coordinaba el tráfico del resto de los vehículos deslizantes y ellos marchaban entre rezos y llantos. Los vi avanzar con mis cien mil ojos. Al llegar, las siete contaron su versión del milagro. Incluso una sacó la mano del plasma y la levantó ante el asombro de la multitud. Era el turno del arzobispo cuando, lamentablemente, comenzó a sentir una punzada en el pecho que se extendió por su corazón, inhabilitándol. Un latigazo que descompuso aquel órgano eléctrico fabricado específicamente para él, y para cuando el cuerpo médico del centro tecnológico lo tuvo ante una camilla, ya era demasiado tarde.

3. Un auténtico milagro: La autopsia comprobó que el arzobispo había muerto por fallo natural, infrecuente pero posible en un corazón artificial de esa serie, y dejó de insinuarse que había sido mi responsabilidad. Es cierto que alimento el rizo de cada aparato eléctrico y que nada en el transcurrir de esta ciudad me es ajeno, ni siquiera el aire que respira cada ser vivo. Pero ustedes me han programado, originalmente, para no intervenir en las conexiones particulares ni en los órganos eléctricos de uso individual. Así que aquél lamentable hecho pronto pasó a ser una decisión de Dios. Se convino que el arzobispo merecía un homenaje por su lucha en el reconocimiento de la última expresión milagrosa de la imagen. Pero los planes se desvanecieron después del testimonio de unos monaguillos a los que había estado suministrándoles una sustancia incolora de aplicación tópica que produce alucinaciones, sinestesia, calor corporal y una aguda sensibilidad al estímulo por el otro. Los mismos síntomas experimentados por el grupo de las siete. En el mercado negro se conocía como la droga del orgasmo; a partir entonces, la llamaron la droga del milagro.

Toda esta historia habría resultado bastante mundana y desagradable de no haber sido por los resultados que arrojó mi análisis. Al estudiar su composición química, descubrimos que estaba hecha de carbono al 52.8%, oxígeno al 42.9%, hidrógeno al 2.5%, calcio al 1.8%, hierro al 1.7% y maravilinio al 0.1%. A través de análisis realizados por otras inteligencias, este nuevo elemento químico ha sido identificado también en la Virgen de Fátima en Portugal, el Santo Sudario en Italia y la Virgen de la Caridad del Cobre en Cuba.

Me pareció que maravilinio era el nombre adecuado para nombrarlo. Lo he hecho por ustedes, es su milagro. Aunque insistan en discutir si ha sido obra mía o de Dios.

Mario Galeana es periodista y escritor. Ha sido becario de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y del Programa de Estímulos a la Innovación, Desarrollo Artístico y Cultural (PEIDAC) del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMACP). En 2018 publicó su primer libro de cuentos, No hay que hablar del silencio, bajo el sello del Fondo Editorial Opción. Fue incluido en la antología Puentes, publicada en 2021 por Purgante y Editorial Gato Blanco. Actualmente es becario del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA, Puebla 2023).