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Crónica Fixie

Uriel Edvino Martínez Jijón

—No me busques.

La voz sonaba en la cabeza de Pardo mientras el sudor escurría por sus sienes. Pedaleaba cuesta arriba por la pendiente de un cerro de antiguas glorias de historias de bronce. A sus espaldas San Miguel permanecía inmutable ante la caída inminente de Tonatiuh igual que había hecho por siglos,  como si los años no fueran más que segundos. 

El mirador era la meta, lugar por excelencia para apreciar el paisaje urbano sin riesgo de quemaduras por radiación solar. A Pardo le importaba la hora dorada sobre todo, hacía poco que el remake de una novela holográfica mencionaba el tema. Quería sentir el calor del último rayo de sol. Tenía 5 años que no visitaba el lugar, no desde que su hermano perdiera la vida en una de esas carreras nocturnas de motos. 

No recordaba haber sentido tanta soledad, el sentimiento le brotó tras escuchar el audio de Mar, quien irónicamente era una persona de fuego. Se había marchado al sur semanas atrás y ese audio era su ultimátum, contuvo las lágrimas al pensar en su primer beso. Aunque la responsabilidad afectiva definida por la sociedad milenial cambió para siempre la forma de ver las vinculaciones afectivas, los recovecos poliamorosos nunca estuvieron exentos de la subjetividad humana. 

Divisó en lo alto del camino la torre terminal del viejo teleférico, cápsulas iban y venían emergiendo de su boca con rumbos distintos. Pensó en lo curiosa que era su normalidad. Alguna vez escuchó a los abuelos narrar historias del pasado, del estilo de vida en la cosmópolis angelopolitana, él sólo podía imaginar esos paisajes de blancos cirros y profundos cielos azulados pues el cielo que conocía era lánguido.

Las piernas le sudaban dentro del traje protector. A veces envidiaba la vida ufana de la sociedad que habitaba la loma metropolitana, más allá del árido Atoyac, detrás de las murallas metálicas que protegían un oasis de vida y tecnología en una brecha social más que evidente. De su lado de la ciudad la obsolescencia era el pan de cada día. En una sociedad en que la tecnología lo ha permeado todo; la alta gama, sin embargo, sirve sólo a los más ricos, así había sido desde el capitalismo social en el siglo XXI, así había sido desde antes del cataclismo. 

Pronto el camino gris transitado por los vehículos eléctricos se abrió en una cuenca cerca de la punta del cerro de los fuertes. Delante de Pardo se alzó en el cielo un espectáculo de luces que se proyectaban a lo lejos, provenientes de los centros comerciales extendidos por la calzada. Vio inmensos espectaculares con luces holográficas promocionando ensueños. A la izquierda del camino yacía el monumento del «jinete sin cabeza» y en el camino que partía a la derecha se alzaba en grandes letras blancas el señalamiento que indicaba la ruta al mirador: 

ANTIGUOS FUERTES ⬆️

ANCIENT FORTS | 古代の砦

PLANETARIO AR ↖️

AR PLANETARIUM | ARプラネタリウム

MIRADOR MANTARRAYA ➡️

MANTARRAY VIEWPOINT | マンタラヤ展望台

El espacio que antaño fuera uno de los pulmones de la ciudad ahora se encontraba cubierto por una extensa plancha de concreto con aperturas descendientes a los bunkers que se ocupaban como estacionamientos. Cientos de luces leds dispuestas como líneas de guía brillaban a los lados del camino. Bajó por la entrada principal y se dirigió hasta el cajón especial para máquinas simples. Tan pronto como la compuerta se cerró detrás de él, la voz del asistente inteligente sonó dentro de su casco y en los lentes el mensaje de bienvenida al estacionamiento le indicaba el estado actual de su vehículo:

Bienvenido al sistema de aparcamiento de los Antiguos Fuertes, Ciudadano Ignacio M. Su código de servicio es 98221996. Estado del Vehículo: Desconocido. Por favor, verifique la batería del transceptor. Hora de llegada 17:35:23. Gracias por su visita.

La luz verde en su visor le indicó que era un lugar seguro. Tomó un trago enorme de agua reciclada, guardó sus cosas y accionó el elevador que guardaría su vehículo en el compartimiento del cajón. Su bicicleta era el vehículo entre dos mundos, su tesoro más preciado; “fixed” en el argot del imperio, Pardo por su parte dispuesto al cambio. Viajar en ella era una forma de contracultura.

Uno, dos…

Salió del búnker con destino al mirador, el túnel consiguiente se prolongaba en la oscuridad, alumbrado sutilmente por paneles a la orilla del camino. Pensó en su hermano, en la cirugía. Los piratas informáticos eran respetados en el distrito, pero convivir con uno era distinto.

Ciento veintidós…

Halló el panel marcado en el punto ciego del circuito de vigilancia, extrajo el dispositivo que era obsequio de su hermano y lo guardó en su pecho.

Trescientos cincuenta y ocho.

Su estrategia por mantenerse cuerdo en los procesos de disociación lo llevó a contar los pasos hasta el umbral del mirador. Colocó la mano derecha sobre el control de acceso que escaneó el chip implantado en su muñeca. La puerta se abrió lentamente bañando de luz el exterior. Pardo sintió la nostalgia recorriendo sus venas, cientos de recuerdos atacaron su memoria. A lo lejos los vehículos aéreos se movían como parvadas. El sol estaba en el poniente, la luz no podía lastimarlo tras el cristal polarizado. Su vida estaba por transfigurarse y a pesar de todo quería ser feliz.

Uriel, Centauro. Cantautor polímata. Su experiencia se remonta diversos espectáculos musicales como frontman de los extintos Centauros y Caudillos. Escritor de ensayos y de poesía.