Mientras espero a que amanezca y puedo estar en el exterior, me pregunto qué parte de mi vida labraría en una estela. Definitivamente no cuando terminé con mi novia o vi a la Franja llegar a semifinales, menos los días muertos en la oficina, no valen la pena.
Hace milenios, quizás millones de años, la humanidad escribió en roca palabras, historias, ideas, que gente de otro tiempo encontró y pudo descifrar, aún existen, de hecho. Quien llegue a esta ciudad desolada conocerá más de esas personas que forman parte del polvo que respiramos que de nosotros que escribimos en la nada, en las nubes.
Cuando no estemos, por fin, hallarán una Catedral, los relieves antiquísimos de la pirámide de Cholula, que les hablarán de lo que fue la humanidad hace mucho tiempo atrás. ¿Qué sabrán de nosotros que ya no escribimos en papel? Cuando lleguen encontrarán paneles, cajas negras que contuvieron los videos, las fotografías, las historias que nos esmeramos todos los días en mostrar y que se perdieron cuando la explosión solar quemó aquellos servidores donde se almacenaban e hizo insoportable la vida aquí, no por esa pérdida, sino por el calor. ¡Todas esas horas invertidas! ¡Todas nuestras vidas virtuales se acabaron en segundos!
Aquellos vendrán y pensarán que adorábamos al sol, que fue el mismo que nos mató; pensarán que nuestras vidas eran distintas a lo que realmente fueron porque los ángeles bajaron del cielo a trazar estas calles y porque un día perdido en los siglos vencimos al ejército francés.
¿Qué personas de ciencia, eruditos, inventarán nuestra historia en lugar de verla en TikTok o Instagram? ¿Qué manos tallarán en piedra nuestras desgracias para esa gente del futuro? Si hay alguien que aún sepa labrar en la roca, quizás cuente sólo su vida: cuando tomó por primera vez la mano de la persona amada, describa el río que aún estaba en su infancia o las plantas que se secaron, o cuando escriba una reflexión sobre lo que fuimos.
A mí ni siquiera se me ocurren unas palabras de despedida. Por eso mi historia será borrada. Quizás, de todas formas, si el sol no hubiera quemado los servidores y las redes funcionaran, mi historia estaría perdida en ese mar de historias.
Samantha Páez Guzmán es periodista independiente, escritora y activista. Con «El río sagrado» ganó el primer lugar en el concurso literario de Sangre Vida, savia de la humanidad, en Argentina. “Yo soy Tláloc” y “Después de la lluvia” aparecen en la compilación Puebla en 100 Palabras 2014. Con el cuento “El extraño personaje llamado Bruno Sáez”, ganó el tercer lugar del premio José María Mendiola 2016. “La Trapecista” fue elegido para la antología de minificción Vamos al circo y “Fórmula del odio” forma parte de la antología de minificción Cortocircuito, ambas de Fomento Editorial BUAP y publicadas en 2017. El cuento “Cómo llegar al Nirvana en el siglo XXX” quedó como finalista en el primer concurso de Cuento breve de rock Parménides García Saldaña, organizado por Ediciones Ají y Foro cultural Karuzo, en 2018. El cuento “Todo parece estar en calma” fue seleccionado para la antología Una guerrera llamada flor. Recuerdos, poemas y cuentos, de la Editorial Impruuv Feministas, en 2020. Y el cuento “La última Luna de Centauri” obtuvo una mención honorífica en el primer concurso de Imaginarias, Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción 2022.