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La plaza de la Discordia

Lethum et Excidium

Marya corre por la noche sobre la avenida Miguel Hidalgo de la metrópoli cosmopolita Nueva San Pedro Cholula de Rivadavia y López. Sus pisadas chapotean entre las mojadas baldosas del Centro Exclusivo Concordia Transparente. Su presencia ahí es una infracción imperdonable. Mira a cada paso sobre sus hombros esperando no ser detectada por la Guardia Eclesiástica: protectora de la buena imagen, las buenas costumbres y del monumento a la Cemita, ubicado en lo que alguna vez fue llamado Plaza de la Concordia.

Dentro de un tugurio nombrado La Penúltima Estación, escucha las risas de conglomerados de amigos que celebran juntos con costosas bebidas soporíferas. Se divierten con el azar, apostando sus prendas costosas. Su juego y su negocio son el placer. El único objetivo que les preocupa es la satisfacción de las necesidades que el cuerpo les impone.

Sobre Marya recae el peso de su origen mestizo y marginal. Se mantiene afuera, debajo de la cornisa frente a la salida. Un anuncio ilustra el éxito del progreso tecnológico: un conjunto de personas, de un color de piel muy claro, con diversos implantes biónicos que mejoran las capacidades y profundidad de las sensaciones de sus sentidos. Éstas celebran a la orilla de una playa de arena dorada, mientras sus hologramas le tienden una bebida virtual a Marya.

Ella se percibe a sí misma, justo a la mitad, con el papel del espejo. Mira a ambos lados de la realidad sin pertenecer a ninguno de los dos, la angustia y el arrepentimiento se apoderan de ella mientras desaparece la percepción que tenía de sí. Sus implantes ilegales no le acercaron a convertirse en las personas del anuncio, tampoco en los clientes del tugurio que fingían ser su propia versión del anuncio. Sólo la alejaron de quién era.

El zumbido eléctrico de una chispa hace saltar el agua de un charco cercano, una gota cae sobre la nariz de Marya. El suave cosquilleo metálico le advierte que su presencia fue revelada. Sabe que el costo de la multa será su reciclaje.

Agudiza sus sentidos mirando a la plaza. Sólo hay árboles metálicos y destellos apagados de reflejos emitidos por sus ramas adornadas con pequeños leds. Su corazón se acelera cuando una distorsión se desplaza, la simetría del paisaje artificial se rompe. Nadie ha visto a la Guardia realmente.  

Experimentos con metamateriales desde principios del milenio lograron desviar la luz de ciertos objetos, haciéndolos  desaparecer a plena vista, dejando tan sólo un fantasma de aberración lumínica como testigo de la entidad. Su adaptación en la guardia se llevó a cabo como una medida para no incomodar al turismo, la visión de un cyborg con una rueda incrustada en las piernas y diversos aparatos de defensa incrustados en la carne solían causar un impacto negativo en las personas “comunes”.

Marya entrecierra sus ojos y, con una pequeña perilla que se encuentra en la sien, activa sus retinas para percibir la luz infrarroja. Sus perseguidores mantienen una temperatura igual a la del ambiente, manteniéndose ocultos para los fotorreceptores aumentados.

Una fuerza invisible la toma del brazo mientras una voz profunda se reproduce en su implante neural. “Ésta es propiedad privada” hace eco en su cabeza escalando las notas hasta volverse un tinnitus insoportable. En su defensa, Marya se arranca la cubierta de piel del brazo derecho, unos tubos fluorescentes de plasma azul destellan. “Tiene un arma, código dos, cuatro, ocho. Desactivación total del individuo: identificar, contener, erradicar…” 

Un haz luminoso surge del brazo de Marya impactando un árbol metálico, derritiendo una parte. Un leve chisporroteo seguido de una llama ardiendo enciende el oxígeno de los conductos del árbol. Provocando que la plaza se ilumine por un instante.  La explosión y el bullicio llaman la atención de la banda fiestera en el bar. Quienes detienen su goce para deleitarse de la trifulca, sin ser conscientes del peligro al que se exponen. Marya realiza un segundo disparo acertando a lo que parece un espacio vacío. Una bola de fuego se desploma chirriando.

Más aberraciones se acercan invisibles desde todas direcciones, sordos zumbidos metálicos hacen retumbar el suelo, como ruedas pesadas sobre las baldosas de la plaza. Marya intenta realizar otro disparo pero un Guardia le arranca el brazo donde tiene el cañón y continúan su labor, desprendiendo una a una sus extremidades. El furor y la euforia de los espectadores ante la presencia de la justicia policiaca les parece excitante. Sus gritos se mezclan con los de Marya. Cuando no queda nada de ella, la totalidad de la multa es saldada. Mañana, todas las piezas estarán en venta en las tiendas de segunda mano de la avenida Morelos. 

Lethum et Excidium es un exiliado de la realidad.