Un errante multidimensional busca el sentido de su existencia, entre lo que parece un delirio digital y la cruda y tangible realidad de lo que aún queda de humanidad.
Simulante, un nómada multidimensional, navega la realidad en busca del equilibrio entre lo espiritual y lo tecnológico. Su presencia neochamánica atrae miradas curiosas. Las cicatrices de su piel curtida hablan de batallas más allá de nuestra comprensión, reflejo de sus memorias en la gran Tollan Cholollan, testigo de milenios y de civilizaciones que florecieron y murieron bajo la sombra de la gran pirámide, que se erige como un faro de cultura y un punto de encuentro para los antiguos. Aquí, veneraban a los dioses del cosmos y de la tierra, iniciados en las artes de Quetzalcóatl. Sin embargo, el tiempo transformó todo, emergiendo algo distinto, pero conservando la esencia de aquel pulque delirante y fornicador que llevó a la decadencia al gran maestro de las buenas costumbres.
La Revolución Digital del siglo XXI trajo un aluvión de cambios tecnológicos: avances en IA, robótica y genética prometieron un futuro brillante, dotado de chips implantados en el cerebro y habilidades psíquicas. Estos avances atrajeron a entidades alienígenas. Junto con ellos vinieron tratados interdimensionales y tecnologías cuánticas que desafían la comprensión humana.
EtheriaCorp, casi una extensión del Estado, ha polarizado a la sociedad con su oferta de eternidad digital. Los debates morales sobre la vida eterna en servidores y la esencialidad de la muerte llenan los bares, donde se sirve mezcal con alacrán y DMT.
Entre el humo del copal y el zumbido de drones, Simulante avanza por las calles donde resuenan cumbiones psicodélicos, evocando los antiguos sonideros. El tradicional carnaval lo envuelve en una atmósfera de hiperrealismo virtual, con hologramas gigantes de Huehues danzantes que hacen detonar sus rifles al son de música regional con texturas psicoacústicas sintetizadas. La gente se sumerge en la fiesta con lentes de realidad aumentada, rodeados de voluptuosas entidades virtuales y una exacerbada estimulación multisensorial. La viralidad en las redes sociales amplifica esta experiencia, convirtiéndola en un fenómeno global postradicional. Y vatos presumen sus últimos implantes con circuitos bioluminiscentes. Mientras Simulante esquiva las hordas de gente poseída por la euforia del momento para llegar al “Huateque Huaychivo”, una cantina de culto de “El Pelaná”, su viejo amigo de ascendencia yucateca y oaxaqueña.
Al llegar, exclama: “Los mundos cambian, pero las reglas de la simulación son las mismas y, al final, la senda del exceso nos une”. El Pelaná, con su aire de chingón del barrio, se ríe y critica la venta de almas por créditos digitales. “La raza se vendió por unos pinches créditos, por un sueño brillante de mierda,” dice con desdén, escupe y continúa.
Simulante le pregunta, “¿Y tú, viejo vago brujo, listo para dar el salto cuántico y renacer en ese puto edén digital, para ser parte de la nube de smog y depravación?” El Pelaná responde con firmeza, valorando la autenticidad de la experiencia humana sobre la promesa vacía de la tecnología. “Yo no me vendo tan fácil, menos por moneda etérica que no vale ni para un taco de suadero. Prefiero sentir la tierra bajo mis pies, el calor del sol y el abrazo húmedo de una mujer real.”
Mirando a su alrededor, El Pelaná señala con repudio los hologramas publicitarios que prometen eternidad, placer y riqueza más allá de la realidad tangible. “Todo eso es puro cuento. Una vez que entregas tus recuerdos y tu esencia a esas corporaciones, ¿qué te queda? Un jodido avatar fluorescente en un mundo virtual de mierda, mientras tu cuerpo y tu alma se secan como putas pasas en la realidad. Nah, eso no es para mí.”
Simulante se cuestiona hasta qué punto podemos integrar estas tecnologías sin perder nuestra humanidad. “Tengo que admitir que parte de lo que dices resuena en mí. No estoy listo para dejarlo todo por una promesa vacía.” El Pelaná toma un trago de su mezcal, dejando que el líquido queme su garganta mientras exclama “¡Arr!” En ese momento, se escucha a gente peleando afuera por conseguir créditos a cambio de ser dados de alta en el sistema. El Pelaná dice: “Parece que el carnaval fue sólo el gancho de EtheriaCorp para escanear a esos idiotas e instalarles su aplicación en la neocorteza”. Simulante responde: “Hay múltiples verdades, pero la verdad casi siempre la establece quien gana la guerra”, mientras reflexiona sobre la dualidad de su existencia. Al igual que Xelhua, el gigante sabio que intentó construir un portal al cielo, busca unir lo terrenal con lo divino, navegando entre dimensiones y realidades alternas. Piensa en voz alta: “La verdadera libertad no se encuentra en la eternidad digital, sino en abrazar plenamente la impermanencia de la vida.” El Pelaná, excitado, azota su puño en la barra y grita: “¡Aquí y ahora, donde el pasado y el futuro se encuentran, es momento de combatir esta hidra tecnológica!”.
Con un último brindis, sellan su compromiso con la humanidad. Mientras la melodía de un bolero lo-fi se desvanece en la distancia, Simulante comienza a planear el hackeo maestro a EtheriaCorp, adentrándose en la vastedad de la híper red, llevando consigo la esencia de la verdadera libertad. Aunque sabe que su búsqueda es interminable, ya que es posible que la libertad sea una ilusión, tanto como el vacío de átomo que somos.
Carlos Alonso Molina Ortega (SHÁH) es Licenciado en Diseño de Información, egresado de la Universidad de las Américas, Puebla. Actualmente, se dedica a la creación de contenidos en los que comparte su visión del mundo. También es productor de música electrónica, formado en el SAE Institute, y posee una maestría en Psicoterapia Gestalt Humanista por parte del Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt (IHPG). Su pasión por las artes y la tecnología se refleja en sutrabajo, y es un ferviente admirador del cyberpunk y la ciencia ficción. Disfruta de la oportunidad de crear y trascender, buscando siempre aportar una perspectiva única que combina el diseño, la música, la tecnología y el bienestar humano.