El cyberpunk está muerto, se convirtió en lo que juró destruir, un videojuego con glitches, la innecesaria secuela de un clásico, otra ‘estética’ cool para consumir. No es algo reciente, tiene al menos 25 años, cuando Gibson publicó su sexta novela, donde agradece: “Al contingente poscyberpunk en México.”
Fue el epitafio, luego de eso el ‘padre’ del ciberespacio publicó otras novelas que seguían siendo cyber aunque ya no eran punk; se llenaron los cines de blockbusters y las librerías de bestsellers gringos, desapareciendo los fanzines/revistas de ciencia ficción mexicana; sus autores seguían activos pero las publicaciones especializadas desaparecieron.
Sí, en el radar seguían Porcayo, Rojo y Fernández; pero ya no habría Silicio en la memoria, Los Mapas del Caos, Qubit: especial de cyberpunk mexicano. No es exageración hablar de un cyber-invierno.
Estábamos en ‘ahorrar batería’ cuando repentinamente estalló la pandemia en Wuhan, y como en World War Z, supimos por los relatos de los sobrevivientes lo que estaba aconteciendo más allá de la puerta —en nuestra propia casa— que de pronto era la última frontera.
Entonces surgieron publicaciones por aquí o allá; la gente quería saber cómo sobrellevar una distopía, ¿alguien había pensado antes cómo sería una sociedad donde dependieran todos de la tecnología?
Se mapeó el genoma del virus, se desarrolló una vacuna y de vuelta a la nueva ‘normalidad’ descubrimos que éramos nosotros, no el mundo, lo que había cambiado. México se convirtió en el principal consumidor de ciencia ficción a nivel global; y los creadores, toda una nueva generación (no sólo de literatura, sino también artes escénicas), resurgió y rompió la barrera de los círculos locales para hablar de este futuro tan sombrío y horrible en el que vivimos (sí, sí, quise decir presente).
Por ello celebro la convocatoria de este fanzine, juntar diversas voces —unas conocidas, otras nuevas— que más allá de la sátira y la pose, buscan repensar el impacto y efectos del avance tecnológico con una sola restricción: contar la historia desde la que fue alguna vez ‘La Meca’ de la ciencia ficción nacional, adherirse al camotepunk.
Ya por un apocalipsis en el eje Neovolcánico, las contraindicaciones de un tratamiento neuromusical, anhelar el terruño desde una Puebla-York inhóspita, el descubrimiento de un elemento milagroso por parte de una IA, la persecución de seres artificiales en la Sierra Madre o en una elegía por la desintegración de los Estados Unidos Mexicanos.
Saber de las revueltas en el coliseo de Tecnocuetzalán, el viaje astral de un nómada multidimensional en Cholula, de consciencias digitales que buscan escapar del encierro, la investigación por la muerte de un narcocandidato, liberar recetas controladas por el gobierno o renegar de la inmortalidad electromecánica para recuperar la propia humanidad.
Hablar de un eBook de ciencia ficción como el último canon literario en el país, convocar seres transdimensionales para librarnos de la opresión, descubrir el terror en una máquina santificada, reconstruir la historia a partir de los restos de ADN en un objeto, un atentado en la Iglesia del Carmen, la insurrección de Tlaxcala tras aislar a Puebla en un domo, la migración de bio-robots que vienen a Puebla para consultar al oráculo, sobrevivir tras una erupción solar, admirar el fin del mundo en el mirador de Los Fuertes, atacar corporaciones que nos roban la croma del mirar y hasta ser testigos de la típica pelea en un bar pero con tecnología de invisibilidad.
Estas son las historias que acoge el Sarape de neón en este número, alguna llegará a gustar, sí, pero varias darán para pensar qué pasaría si no podemos distinguir un día lo que nos hace humanos de la tecnología.
José Luis Ramírez