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José Luis Ramírez

Termina otoño pero Dante suda a mares. A su alrededor las ruinas de Times Square mantienen sus neones apagados y la basura se apila sobre la plaza desierta.

New York —escupe con sorna, manteniendo su marcha a paso corto para conservar las calorías del gel energético. Lleva timmies, pantalones camuflados, camiseta y gorra reglamentarias, gafas de espejo. Así se viste desde que dejó Queens para enrolarse, aunque hoy usa además un portabebé aparentemente vacío en el pecho.

En la esquina de la 115W y 42St entra a uno de tantos edificios abandonados, las ventanas tapiadas con OSB arden por dentro en graffiti bioluminiscente. Baja las escaleras para entrar a “la bóveda”, que es como los traficantes conocen al sótano de este rascacielos, reacondicionado ahora como una batería gravitacional.

—¿Qué onda, ese? —pregunta.

What ye’ lookin’ fo’, beaner? —responde un lenape parapléjico detrás del mostrador.

—Tengo algo de fiat. ¿Puedes moverlo a crypto?

Dead presidents any good, Yunno.

—Son 100 dólares estables —replica mientras saca del portabebé una bolsa que vacía sobre la mesa—. Dos kilos y medio.

Las monedas están acuñadas en una prensa casera. Dante recupera la plata de las tarjetas electrónicas de desecho para luego fundirla en su propia forja y, una vez junta suficientes, llevarlas a cualquiera que aún acepte dinero en metálico.

WTF! Dude, those’re like 11 thousand SATS. U-ok?

Acepta. El lenape acomoda la plata sobre su báscula, equilibra la balanza con las pesas y toma alguna moneda para ennegrecerla con una wetwipe de cloro, todo antes de iniciar la transferencia en su vieja Nintendo DS. La operación requiere tres verificaciones independientes para completarse, aunque no necesitan esperar porque éstas se ejecutan asíncronamente en la cadena de bloques.

—Gracias, ese.

Dante sube los escalones de dos en dos para salir de “la bóveda”, sabe que las videocámaras incluyen una automática calibre veintidós controlada por una IA en el Nintendo, así que le sería imposible escapar si las cosas se hubieran salido de madre con el piel roja.

Una vez fuera regresa a su casa al trote, más confiado ahora que no lleva efectivo encima. El bitcoin es volátil, sí, pero lo importante es tenerlo ya en la cartera fría de su hermana (repatriada hace años en Atlixco) y que ella pueda usarlo para comprar ropa nueva o juguetes a los niños.

Ya de vuelta, Dante sube los escalones hasta la azotea y quita el candado a la puerta de su cobertizo. Aunque nadie más habita esos departamentos, prefiere tener medidas disuasorias para resguardar sus bienes. No le importan tanto el colector pluvial o los paneles solares, sino el pequeño huerto de acuaponia que mantiene encerrado bajo leds de ultravioleta; además de una pantalla donde se miran Popocatépetl e Iztaccíhuatl, en vez de la deshabitada isla de Manhattan.

Suspira.

Una tormenta de mierda (técnicamente Partículas Energéticas Solares) había desplazado momentáneamente la magnetosfera, lo que no se frió con el pulso electromagnético se coció con la radiación. Las grandes ciudades, sin cadenas de suministro, vehículos automotores, refrigeración ni agua potable, se vaciaron. Millones deambularon buscando refugio donde hubiera agua dulce y campos de cultivo, o al menos los negros con la suficiente melanina para permitírselo.

Dante se descalza de las timmies antes de sentarse en el catre, saca una Corona de un pequeño frigobar de USB que mantiene junto a la prensa de las monedas bajo su falsa ventana.

—Puebla-York —brinda antes de destapar la lata y dar el primer trago, agradecido de que los bares abandonaran su inventario tras la gran migración de las ciudades y la consecuente guerra civil.

Fue en la batalla de Orangeburg donde un proyectil de molibdeno con punta de teflón atravesó su armadura, le destrozó la rótula. Los médicos le pusieron una impresa en materiales compuestos y lo devolvieron al combate, pero no fue suficiente, el estado de Nueva York perdió la plaza del parque Blauvelt. Y mientras las tropas se replegaban hacia el Norte, él prefirió seguir río abajo el cauce del Hudson, evitando las banderas de Penn State en la rivera de Jersey.

Dante se soba la rodilla, justo sobre el parche de buprenorfina.

Todavía le sorprendía que se hubiera salvado todo lo que estuviese en un sótano o dentro de un contenedor al momento de la tormenta, también los centros de datos subterráneos y los cables submarinos. Aún cuando los generadores de alta tensión en las hidroeléctricas o las plantas nucleares quedaron inservibles, las calles descubrieron cómo alimentar los servidores mediante energía baja en carbono.

La cerveza escurre por su garganta dejándole ese sabor amargo que asocia con el terruño, un falso recuerdo. Él nació en el vecindario de East Elmhurst, cerca del aeropuerto de La Guardia. Sus abuelos llegaron ahí pese al discurso del alcalde Eric Adams, quien fue a Puebla personalmente para advertir que New York City estaba sobresaturada y no acogería más migrantes.

Dos poblanos más no harían la diferencia, o tres, considerando que la mujer estaba embarazada. Dante no conoció a su padre, pero el abuelo solía contarle de los grandes terremotos y las erupciones del volcán, tan normales como los campos verdes de alfalfa o las coloridas flores del pueblo aquel donde la primavera es eterna.

Cheers to the Mexican Dream.

Sonríe, si prospera el negocio de las tarjetas electrónicas de desecho podría ahorrar suficiente y rentar una lancha rápida, hacer que los coyotes lo lleven bordeando las playas para evitar a toda costa los territorios independientes de Pensilvania, Maryland, las Carolinas, Georgia o Louisiana… Y ni hablar de terminar sus días en la región caníbal de Texas.

José Luis Ramírez. Nació en 1974, en la ciudad de Puebla, México. Es ingeniero industrial en electrónica y estudió una maestría en Ciencias de la Computación. Ha sido publicado en distintas antologías entre las que destacan: Auroras y Horizontes, El crimen como una de las bellas artes Vol.III, Los Mejores Cuentos Mexicanos Ed.2003, Visiones Periféricas, El hombre en las Dos Puertas, Los Mapas del Caos y Silicio en la Memoria; así como en varias revistas y fanzines. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 1998, con el cuento “Hielo.”