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Tarde eterna

Axel Lima Muñiz

Tarde eterna - Fernando "Paiemon" González camotepunk ezine

Regreso a la realidad real, torcida, insoportable. Quito los nodos de mi cuerpo y siento una presión detrás de la cabeza. Mis ojos están secos. La estática resuena en mis oídos. Los destellos tardan en quitarse de mi visión.

Despego mi cuerpo de la cabina de conexión y tomo un baño. La compra está en la bodega. Falta lo más importante: pastillas de sueño. Error en el sistema, entrega reprogramada para mañana.

Es la segunda vez que intento conectarme por más de 48 horas. Necesito escapar de las voces. No paran. 

Salgo del baño y veo la puerta inservible del cuarto-bodega. Se entreabre para mostrarme una cuerda colgando del techo. Se balancea. Me llama. Hay una silla en medio de la pieza y un gancho para 100 kilos esperándome. 

Hoy no. Será el próximo ciclo. Sólo uno más. 

No estoy dispuesto a pasar tanto tiempo en esta realidad. Voy al Oxxo.

Chamarra, guantes, respirador, lentes protectores. El cielo sobre Puebla es gris salpicado de naranja. La ceniza da un tono opaco a todo lo que se puede mirar. La luz del sol se oculta detrás de la tormenta permanente. 

Estoy en la calle. Hay nieve dura por todos lados. Unos 700 metros me separan del oasis. A mitad de camino una corriente de aire me golpea de frente. Los lentes aprietan mi cara y no puedo respirar por unos segundos. No me detengo. Camino en medio de una tempestad lenta y constante. Llego al puente de Amalucan y distingo a una señora. Apenas lleva una mascarilla, careta de plástico y gogles. Parece muy quitada de la pena. Está detenida en medio del camellón, debajo de una enorme columna de hormigón. Mira hacia mi dirección. Por un momento parece que va a hablarme pero voltea y se sacude la cara con un trapo. Continúa su camino y yo el mío.

Llego al Oxxo. Me quito y reviso los lentes: hay ceniza en los bordes. Estuvo cerca de entrar a mis ojos. Busco las cápsulas de sueño bajo la luz amarilla y deslumbrante. También llevo cápsulas de alcohol y  metadona intravenosa para aumentar mi stock.  

Hace 30 años este Oxxo era un terreno baldío donde jugábamos fútbol. La Colombres se convirtió en una zona de industria pesada. Los ríos se tornaron rojos y las calles blancas, verdes, azules o naranjas según el color de los letreros que las llenan. Luego llegó el día en que el Popocatépetl estalló llevándose a Cristina con Miguel en brazos; a doña Juana, a mis tías, primos y millones más. La ceniza oscureció tanto mi vida como la ciudad entera. Parecía el fin de los tiempos. Para todos ellos lo fue y yo sigo aquí aferrándome a la existencia como la ciudad que araña el cielo gris y turbulento con sus garras de edificios corporativos y multifamiliares gigantescos. 

Este es mi hogar y será mi tumba. Quizás las dos cosas al mismo tiempo.

No tengo a dónde ir. No puedo reubicarme. Somos un millón de sobrevivientes. Igual que los demás estoy acostumbrado a vivir en una ciudad sepultada por la escarcha de piedras pulverizadas en  el corazón de la tierra. La Red es mi refugio y sustento. 

No me queda otra que participar en la economía virtualizada. Me gano la vida soñando, es decir jugando, es decir transcribiendo alucinaciones. He publicado más de 500 simulaciones sacadas de los escaneos de mi cerebro jodido. Es el trabajo perfecto para mí: me permite vivir adormecido y drogado, lejos de los recuerdos y de la cuerda en la bodega. 

Salgo del Oxxo y suena la alarma de tormenta. 

Tiii, tiii, tiii.

Los pocos destellos naranjas desaparecen del cielo. Corro tan rápido como puedo. Mis piernas no responden. Los ventarrones de ceniza casi me desvían del camino. 

Hay un instante de oscuridad total. Sin retazos de sol ni luces en las calles. Me detengo y, antes de que pueda procesarlo, todo se ilumina nuevamente en tonos rojos, naranjas y blancos. Son los edificios y el alumbrado público. No recuerdo la mañana ni la noche con claridad. El ocaso es el único modo del día. 

La tierra comienza a moverse. Es leve. Entro a la casa mientras siento una sacudida pequeña. Ignoro la vibración bajo mis pies. Tarda demasiado. El corazón y el estómago me duelen ¿Viene otro retumbar? Veo fijamente el techo. Espero algún movimiento. Nada. Lleno la cabina de conexión con cápsulas de droga y sueño. Me dispongo a dormir por otras 48 horas. 

Me acomodo en la madriguera. Las drogas entran en mi cuerpo. Antes de entrelazarme con la red siento una sacudida mayor. No alcanzo a desconectarme. Entro a la alucinación programada. Estoy en la punta del cerro de Amalucan. Me siento cansado, Cristina toma mi mano y nos detenemos sobre la hierba a comer los tacos de cecina que llevamos en toppers. Miguel mira la hierba y agarra mi pulgar con su dedo. 

¿Estás bien? 

la sonrisa de Cristina es más grande que cualquier nube gris. Siento el sol sobre mi rostro, el pasto en mis manos. Quiero permanecer aquí, que la Red me absorba en su procesamiento eterno. 

Todo pasa a negro. Conexión perdida. No veo el panel de opciones. Hay un túnel de luz y en el fondo vislumbro el pasto, el sol y a mi esposa con mi hijo sentados en el pasto. Me arrastro hacia ahí. Siento una opresión en todo el cuerpo. De algún modo u otro estaré con ellos pronto.

Axel Lima Muñiz estudió comunicación, periodismo y filosofía de la ciencia. Es consultor de marketing y comunicación digital con 13 años de experiencia. Creador y editor del blog Ciencia Ficción México. Ganador de la 4ta edición del concurso de cuento de ciencia ficción del Festival Semillas de la UACM 2023.