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Caravana

Raúl González III

 Tienes que aguantar un poco más…ya debemos estar cerca le dijo Angie a su padre mientras tocaba tiernamente su  frente sudada, al menos a lo que quedaba de él. El agonizante hombre iba cargado por un robot-crustáceo. El nombre BRACHYRA se leía al costado del ente electromecánico. Sus seis patas se movían como un cangrejo por el árido páramo, cada una forrada de un plástico translúcido verde neón.  Ella intentaba mantener una conversación con su padre, quien a duras penas soportaba el dolor y sofocante calor bajo su zarape trenzado con fibras anti-radiación. Cada arduo paso entre cardos y espinas por la carretera México-Puebla iba lleno de esperanza. Ella lideraba la caminata valientemente, guiaba al robot con una correa a través del horizonte reseco.

Los sonidos rechinantes de las patas y el repiqueteo de las ubres llenas de agua que cargaba la unidad se unían al tenso resoplar del aire. Es sabido que abundan los recicladores de ADN por el camino, así que evitaban la carretera principal. 

Puso su brazo sobre sus ojos y, usando la tela inteligente de su zarape como visor, logró divisar las grandes columnas de ciudades en el horizonte, erguidas por encima del volcán Iztaccíhuatl. Para ella, fue un alivio saber en el dashboard que la ciudad era Angelópolis, anteriormente llamada Puebla de los Ángeles. 

Hija, si me dejas aquí en el desierto sólo moriré yo, pero si entramos los dos a la ciudad, nos matarán a ambos. Déjame aquí, moriré pronto. Así podrás seguir hacia la costa de Veracruz. 

Angie escuchó esto con dolor, aunque sabía que el esfuerzo valdría la pena si lograban llegar al Oráculo Jenkins para sanar a su padre y después empezar una nueva vida en la playa. 

Llegaron a la entrada de la ciudad al anochecer. Pasaron por ruinas de pasos a desnivel despedazados por los últimos terremotos. Se toparon con las mega estructuras de cimientos de la urbe; intentar seguirlos con la mirada era inútil ya que se perdían en la bruma al alcanzar los kilómetros de altura. Ver aquello les dió cierta tranquilidad de que pasarían desapercibidos lejos de aquella encumbrada sociedad de excesos y ultra-violencia. Ahí, entre la bruma del horizonte, se divisaba el edificio Jenkins. 

Avanzaron por varias horas en relativa tranquilidad, hasta llegar al cruce de la 2 Norte y la 4 Oriente. Un chasquido seguido de un movimiento en su vista panorámica la dejó helada.  

No te muevas pa suspiró.  

Al voltear, pudo ver de reojo la metálica presencia de un reciclador de ADN en posición de asalto. Sintió terror. El ser biomecánico salió disparado hacia ellos a una velocidad vertiginosa. En un instante, logró extender su zarape y cubrirse junto a su padre.

La criatura perdió la noción de dónde se encontraban. Todas las señales electromagnéticas con las que el ente percibía el mundo se habían bloqueado gracias a la jaula gauss del zarape de Elena. Con sus corazones al máximo contemplaron cómo la confundida entidad decidió patrullar hacia otra calle. 

Estamos a dos cuadras, tenemos que lograrlo el padre ya lucía cerca de su último aliento, con una agitada y ruidosa respiración.

Déjame aquí, vete, sálvate tú le contestó el hombre, desesperado, mientras ella lo jaloneaba para continuar. 

La vista del Edificio Jenkins yacía sepultada parcialmente por el escombro acumulado de décadas, pero la edificación asomaba sus cornisas Art-Nouveau por encima de aquellos montículos.  

Treparon los restos para llegar por la puerta principal. Con temor abrieron la puerta y cruzaron por los sombríos pasillos hacia el atrio central. Subieron sigilosamente por las escaleras, siguiendo un destello azúl de la planta alta. Entraron al cuarto de donde emanaba la luz. Les recibió un espacio diáfano, intacto al paso del tiempo. Lograron divisar a una anciana recostada en el suelo, descalza y vestida en harapos, con un visor digital puesto. Detrás de ella, toda clase de tubos y cables emergían desde el suelo y alimentaban de datos al dispositivo que llevaba sobre su cuerpo. Ante la escena, sintieron una extraña paz. 

Hija, esto no me gusta nada dijo el papá.

Esperarespondió acercándose lentamente hacia la mujer mayor.

De pronto, la anciana se irguió: “Si quieren mi bendición, despójense de todo lo que estorba y dejen toda tecnología como sacrificio frente a ustedes. El suelo de aquí es santo.” Exclamó en una voz apenas discernible. 

Angie ayudó a su padre a bajar del robot y a retirar su zarape, para luego desvestirse. Su padre yacía agonizante en el suelo mientras ella estaba de pie, ambos desnudos y vulnerables ante el Oráculo. Observaron cómo líneas láser se proyectaban en sus cansados cuerpos mientras la anciana se elevaba sobre el suelo. 

Jamás había venido alguien con un corazón puro a invocarme. Mi algoritmo percibe que anhelas algo, pero no para ti, sino para alguien ya obsoleto. Es tu padre, ¿cierto? ella asintió conteniendo su angustia. 

Fue cuando reconoció el último respiro de su padre, tras lo cual su grito desesperado llenó el salón, desolada por no poderlo salvar a tiempo. 

Transferencia completa dijo el Oráculo para después caer al suelo. 

Desconcertada, Angie escuchó cómo la BRACHYRA se reinició, se acercó a ella y con dos de sus seis piernas, la abrazó tiernamente. 

“Es momento de continuar nuestro camino hacia la costa, hijita” escuchó decir por la bocina del BRACHYRA.

 

Raul González III es un creativo regiomontano de 36 años. Disfruta de escribir cuentos de ciencia ficción en escenarios nacionales y su libro LIMINARIS VOL. 1: CUENTOS DE FUTURISMO MEXICANO está publicado en Amazon. Disfruta de imaginar escenarios futuros basándose en las tendencias actuales. Adicionalmente, Raúl tiene una empresa de Diseño y Construcción Comercial llamada MONA MX STUDIO. Disfruta de la fotografía como hobby.