Recuerdo la primera vez que vi las imágenes. El Sagrado Corazón de Jesús, un justiciero que combatía el crimen de Orizaba con una violencia desmedida. Las fotos que circulaban por la red eran impactantes: la imagen tan venerada por los cristianos, con los brazos abiertos en cruz, pero disparando a diestra y siniestra dos subametralladoras UZIs de fabricación israelí, ejecutando a los sicarios del Cártel del Golfo que lo rodeaban. Sí, el divino corazón expuesto en su pecho, las estigmas en sus pies descalzos y en sus manos armadas, coronado de espinas, con la mirada serena y esos ojos que parecían saber tus más oscuros secretos. Era una imagen tan contradictoria, tan perturbadora, que me cautivó instantáneamente. La gente lo veneraba, había bajado del cielo por nuestra salvación para limpiar las calles del narco.
Al principio, como cualquier fact-checker serio, me negué a creerlo, las imágenes debían ser generadas por Dall-e o Midjourney, los videos con Sora. Pero lo cierto es que los cadáveres se apilaban al oriente y poniente de la calle Colón, todos y cada uno de los muertos con el tiro de gracia en la frente, uno solo, de nueve milímetros. Los cartuchos percutidos al por mayor al centro de un círculo perfecto de cadáveres retratado en una toma cenital por los drones noticiosos.
Creí que eso era también un narcomensaje, tomarse la molestia de acomodarlos en una circunferencia, pero los licenciados en criminalística y ciencias forenses aseguraban que los cuerpos no habían sido movidos ni la escena del crimen manipulada. Todo era parte del milagro. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…” decía la transcripción de la homilía en la catedral de San Miguel Arcángel. “Bienaventurados los pacificadores…”
Pese a ser un sinsentido, la gente creía tanto en las fotografías impresas del periódico como en los videos virales de WhatsApp, reposteaban los memes del Buddy Christ y viñetas de Machinegun Jesus. Pero algo no cuadraba, las imágenes eran demasiado perfectas, casi cinematográficas; luego comenzaron los imitadores.
Dos vírgenes, la Inmaculada Concepción y la Dolorosa andando en el parque Castillo, cada una con un estuche musical en su mano dominante, besuqueándose entre ellas luego de disparar sus ‘violines’ Thompson contra los narcomenudistas. San Judas Tadeo frente al Palacio Eiffel con su portafolios ejecutivo, convirtiéndolo de pronto en un subfusil Mat-49 y bautizar con su lengua de fuego a los concejales corruptos del ayuntamiento. San Cristóbal con “el niño”, una súper-bazuca antitanque M-20, reliquia de la Segunda Guerra Mundial con la que atravesó desnudo el río para volar la agroquímica donde cocinaban el fentanilo, y el Santo Niño Jesús Doctor de los enfermos, un chamaco que, vestido con el traje blanco de su primera comunión, le disparó con una Desert Eagle bañada en oro al ‘jodeputa que pasaba cada semana a cobrar derecho de piso al restaurante de su mamá.
Era una locura, la gente estaba haciendo justicia de propia mano, inspirada en las noticias del Sagrado Corazón que guardaba vigilia cada noche en el pueblo para mandar al infierno a los sicarios. Apareciéndose resucitado entre las estrípers del antro en la Calle Real, cantando y bailando semidesnudo en la pista, mostrando los abdominales fitness y la llaga abierta en su costado, la parte frontal del taparrabos girando en círculos impulsada por el movimiento de caderas. Las cámaras de seguridad no tenían sonido, pero en la imagen de alta resolución podías leerle los labios, “I’m too sexy for your party. Too sexy for your party. No way I’m disco dancing.” Los comensales vomitados en sus mesas, sus tragos convertidos en agua envenenada. Tenía un ligero halo de luz detrás del rostro barbado y ¿había una paloma volando sobre él en el video? Apenas podía creerlo.
Así que analicé las videograbaciones cuadro a cuadro, las imágenes pixel por pixel, buscando cualquier inconsistencia, el mínimo rastro de que habían sido generadas por difusión estable: sombras que no coincidían, ángulos imposibles, diferencias ínfimas en la fisonomía o el cosplay, errores de continuidad…
Era evidente que debía ser una creación digital, pero al no encontrar anomalías en los ojos ni en los dedos de las manos comencé a dudar.
¿Y si eran reales? ¿Quién podía estar detrás de todo esto? ¿Quién había orquestado esta puesta en escena tan elaborada? ¿Estaba el Cartel Jalisco Nueva Generación invadiendo la plaza? ¿Tenía sentido siquiera montar esta farsa de historieta en vez de sólo pasearse en sus trocas por las principales avenidas a plena luz del día? Me sumergí en lo más profundo de la red oscura, siguiendo pistas que resultaban ser falsas y llegando a callejones sin salida en mi investigación. Cuanto más buscaba, más parecía que la historia del Sagrado
Corazón de Jesús contra los narcos de Orizaba no era una post-verdad ni algún tipo de paparrucha.
Entonces lo encontré: pude entrevistar al Redentor mismo por videollamada, desde el FaceTime me miraba fijamente. Sus ojos parecían penetrar mi alma, como si pudiera ver dentro de mí y mi ser. Sentí un escalofrío. Él no era sólo una imagen, sino una presencia. Y entonces fue cuando entendí que era real, pero yo no, yo era un algoritmo diseñado para hacer fact-check a las noticias que circulaban en redes sociales; y la violencia en Pluviosilla, de verdad se había salido de madre.
José Luis Ramírez Gutiérrez (Puebla, Pue. 1974). Es Ingeniero Industrial en Electrónica y estudió una maestría en Ciencias de la Computación. Ha sido publicado en distintas antologías entre las que destacan: Mundos Posibles, Auroras y Horizontes, El crimen como una de las bellas artes Vol.III, Los Mejores Cuentos Mexicanos Ed.2003, Visiones Periféricas, El hombre en las Dos Puertas, Los Mapas del Caos y Silicio en la Memoria; así como en varias revistas y fanzines. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 1998, con el cuento “Hielo”.